Bayazid, el santo musulmán, actuaba a veces deliberadamente en contra de las formas y ritos externos del Islam.
Sucedió una vez que, volviendo a la Meca, se detuvo en la ciudad iraní de Rey. Los ciudadanos, que le veneraban, acudieron en tropel a darle la bienvenida y ocasionaron un gran revuelo en toda la ciudad. Bayazid, que estaba harto de tanta adulación, aguantó hasta llegar a la plaza del mercado. Una vez allí, compró una hogaza de pan y se puso a comerla a la vista de sus enfervorizados seguidores. Era un día de ayuno del mes de Ramadán, pero Bayazid consideró que su viaje justificaba plenamente la ruptura de la ley religiosa.
Pero no pensaban igual sus seguidores, que de tal modo se escandalizaron de su conducta que inmediatamente le abandonaron y se fueron a sus casas. Bayazid le dijo con satisfacción a uno de sus discípulos: "Fíjate cómo, en el momento en que he hecho algo contrario a lo que esperaban de mí, ha desaparecido la veneración que me profesaban".
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Jesús escandalizó plenamente a sus seguidores por parecidos motivos.
Las multitudes necesitan un santo a quien venerar, un guru a quien consultar.
Existe un contrato tácito: Tú has de responder a nuestras expectativas y, a cambio, nosotros te ofrecemos nuestra veneración.
¡El juego de la santidad!
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