Por lo general dividimos a las personas en dos categorías: la de los santos y la de los pecadores. Pero se trata de una división absolutamente imaginaria. Por una parte, nadie sabe realmente quiénes son los santos y quiénes los pecadores; las apariencias engañan. Por otra, todos nosotros, santos y pecadores, somos pecadores.
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En cierta ocasión, un predicador preguntó a un grupo de niños: "Si todas las buenas personas fueran blancas y todas las malas personas fueran negras, ¿de qué color seríais vosotros?".
La pequeña Mary Jane respondió "Yo, reverendo, tendría la piel a rayas".
Y así tendría también la piel el Reverendo, y los Mahatmas, y los Papas, y los santos canonizados.
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Un hombre buscaba una buena Iglesia a la que asistir y sucedió que un día entró en una Iglesia en la que toda la gente y el propio sacerdote estaban leyendo el libro de oraciones y decían: "Hemos dejado de hacer cosas que deberíamos haber hecho, y hemos hecho cosas que deberíamos haber dejado de hacer".
El hombre se sentó con verdadero alivio en un banco y, tras suspirar profundamente, se dijo a sí mismo: "¡Gracias a Dios, al fin he encontrado a los míos!".
Los intentos de nuestras santas gentes por ocultar su piel rayada muchas veces no tienen éxito y siempre son fraudulentos.
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