El predicador de la aldea se hallaba visitando la casa de un anciano feligrés y, mientras tomaba una taza de café, respondía las preguntas que la abuela no dejaba de hacerle.
“¿Por qué el Señor nos envía epidemias tan a menudo?”, preguntaba la anciana.
“Bien…”, respondía el predicador, “a veces hay personas tan malas que es preciso eliminarlas, y por ello el Señor permite las epidemias”.
“Pero”, objetó el abuelo “entonces, ¿por qué son eliminadas tantas buenas personas junto con las malas?”.
“Las buenas personas son llamadas como testigos”, explicó el predicador. “El Señor quiere que todas las almas tengan un juicio justo”.
No hay absolutamente nada para lo que el creyente inflexible no encuentre explicación.
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