El sacerdote de la aldea era distraído en sus oraciones por los niños que jugaban
¡unto a su ventana. Para librarse de ellos, les gritó: «¡Hay un terrible monstruo río
abajo. Id corriendo allá y podréis ver cómo echa fuego por la nariz!». Al poco tiempo,
todo el mundo en la aldea había oído hablar de la monstruosa aparición y corría hacia
el río. Cuando el sacerdote lo vio, se unió a la muchedumbre. Mientras se dirigía
resollando hacia el río, que se encontraba cuatro millas más abajo, iba pensando: «La
verdad es que yo he inventado la historia. Pero quién sabe si será cierta...
Es mucho más fácil creer en los dioses que hemos creado si somos capaces de
convencer a los demás de su existencia.
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