Afirmaba aquel hombre que, en la práctica, era ateo. Si realmente pensaba por sí
mismo y era honrado, tenía que admitir que no creía de veras las cosas que su religión
le enseñaba. La existencia de Dios originaba tantos problemas como los que resolvía; la
vida después de la muerte era un espejismo; las escrituras y la tradición habían causado
tanto mal como bien. Todas estas cosas habían sido inventadas por el hombre para
mitigar la soledad y la desesperación que él observaba en la existencia humana.
Lo mejor era dejarle en paz. No decirle nada. Tal vez estaba atravesando una crisis
de crecimiento y evolución.
Una vez le preguntó el discípulo a su Maestro: «¿Qué es Buda?».
Y el Maestro le respondió: «La mente es Buda».
Volvió otro día a hacerle la misma pregunta v la respuesta fue: 'No hay mente. No
hay Buda'». Y el discípulo protestó: «Pero si el otro día me dijiste: 'La mente es
Buda...'».
Replicó el Maestro: «Eso lo dije para que el niño dejase de llorar. Pero, cuando el
niño ha dejado de llorar, digo:
No hay mente. No hay Buda ».
Tal vez el niño había dejado de llorar y ya estaba preparado para la verdad. De
modo que lo mejor era dejarle solo.
* * *
Pero cuando empezó a predicar su recién descubierto ateísmo a otras personas que
no estaban preparadas para ello, hubo que frenarle: «Hubo una época, la era precientífica,
en que los hombres adoraban al sol. Vino después la era científica y los
hombres se dieron cuenta de que el sol no era un dios; ni siquiera era una persona. Por
fin, vino la era mística y Francisco de Asís llamaría 'hermano' al sol y hablaría con él».
«Tu fe era la de un chiquillo aterrorizado. Y ahora que te has convertido en un
hombre audaz, la has perdido. Ojalá llegues algún día a ser un místico' y vuelvas a
encontrar tu fe».
* * *
La fe no se pierde jamás por buscar sin miedo la verdad. Sólo las creencias que
expresan la fe se ven nubladas durante algún tiempo; pero, llegado el momento, se
purifican.
No hay comentarios:
Publicar un comentario