Un humilde pescador y su mujer tuvieron un hijo al cabo de muchos años de su matrimonio. El niño era el orgullo y la alegría de sus padres. Pero un buen día cayó gravemente enfermo. Los padres gastaron una fortuna en médicos y en medicinas. Pero el niño murió.
La madre quedó absolutamente destrozada por la pena. El padre, por el contrario, no derramó una sola lágrima.
Cuando, después del funeral, la mujer reprochó al marido su total falta de aflicción, el pescador le dijo: "Déjame que te diga por qué no he llorado. Verás: la otra noche soñé que era un rey, padre orgulloso de ocho hijos. ¡Qué feliz era...! Pero entonces desperté. Y ahora estoy enormemente desconcertado. No sé si debo llorar por aquellos ocho hijos o por este otro".
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