Cuando el barco del obispo se detuvo durante un día en una isla remota,
decidió emplear la jornada del modo más provechoso posible. Deambulaba
por la playa cuando se encontró con tres pescadores que estaban
reparando sus redes y que, en su elemental inglés, le explicaron cómo
habían sido evangelizados siglos atrás por los misioneros. "Nosotros ser
cristianos", le dijeron, señalándose orgullosamente a sí mismos.
El obispo quedó impresionado. Al preguntarles si conocían la Oración del Señor, le respondieron que jamás la habían oído. El obispo sintió una auténtica conmoción. ¿Cómo podían llamarse cristianos si no sabían algo tan elemental como el Padrenuestro?
"Entonces, ¿Qué decís cuando rezáis?"
"Nosotros levantar los ojos al cielo. Nosotros decir: "Nosotros somos tres, Tú eres tres, ten piedad de nosotros"". Al obispo le horrorizó el carácter primitivo y hasta herético de su oración. De manera que empleó el resto del día en enseñarles el Padrenuestro. Los pescadores tardaban en aprender, pero pusieron todo su empeño y, antes de que el obispo zarpara al día siguiente, tuvo la satisfacción de oír de sus labios toda la oración sin un solo fallo.
Meses más tarde el barco del obispo acertó a pasar por aquellas islas y, mientras el obispo paseaba por la cubierta rezando sus oraciones vespertinas, recordó con agrado que en aquella isla remota había tres hombres que, gracias a pacientes esfuerzos, podían ahora rezar como era debido. Mientras pensaba esto, sucedió que levantó los ojos y divisó un punto de luz hacia el este. La luz se acercaba al barco y, para su asombro, vio tres figuras que caminaban hacia él sobre el agua. El capitán deburo el barco y todos los marineros se asomaron por la borda a observar aquel asombroso espectáculo.
Cuando se hallaban a una distancia desde donde podían hablar, el obispo reconoció a sus tres amigos, los pescadores. "¡Obispo!", exclamaron, "nosotros alegrarnos de verte. Nosotros oír tu barco pasar cerca de la isla y correr a verte".
"¿Qué deseáis?", le dijeron, "nosotros tristes. Nosotros olvidar bonita oración. Nosotros decir: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino..." Después olvidar, Por favor, decirnos otra vez toda la oración".
El obispo se sintió humillado. "Volved a vuestras casas, mis buenos amigos", les dijo, "y cuando recéis, decid: "Nosotros somos tres, tú eres tres, ten piedad de nosotros"".
A veces he visto a mujeres ancianas rezar interminables rosarios en la iglesia. ¿Cómo va a glorificar a Dios ese incoherente palabreo? Pero siempre me he fijado en sus ojos o en sus rostros alzados al cielo, he sabido en el fondo que ellas están más cerca de Dios que muchos hombres doctos.
El obispo quedó impresionado. Al preguntarles si conocían la Oración del Señor, le respondieron que jamás la habían oído. El obispo sintió una auténtica conmoción. ¿Cómo podían llamarse cristianos si no sabían algo tan elemental como el Padrenuestro?
"Entonces, ¿Qué decís cuando rezáis?"
"Nosotros levantar los ojos al cielo. Nosotros decir: "Nosotros somos tres, Tú eres tres, ten piedad de nosotros"". Al obispo le horrorizó el carácter primitivo y hasta herético de su oración. De manera que empleó el resto del día en enseñarles el Padrenuestro. Los pescadores tardaban en aprender, pero pusieron todo su empeño y, antes de que el obispo zarpara al día siguiente, tuvo la satisfacción de oír de sus labios toda la oración sin un solo fallo.
Meses más tarde el barco del obispo acertó a pasar por aquellas islas y, mientras el obispo paseaba por la cubierta rezando sus oraciones vespertinas, recordó con agrado que en aquella isla remota había tres hombres que, gracias a pacientes esfuerzos, podían ahora rezar como era debido. Mientras pensaba esto, sucedió que levantó los ojos y divisó un punto de luz hacia el este. La luz se acercaba al barco y, para su asombro, vio tres figuras que caminaban hacia él sobre el agua. El capitán deburo el barco y todos los marineros se asomaron por la borda a observar aquel asombroso espectáculo.
Cuando se hallaban a una distancia desde donde podían hablar, el obispo reconoció a sus tres amigos, los pescadores. "¡Obispo!", exclamaron, "nosotros alegrarnos de verte. Nosotros oír tu barco pasar cerca de la isla y correr a verte".
"¿Qué deseáis?", le dijeron, "nosotros tristes. Nosotros olvidar bonita oración. Nosotros decir: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino..." Después olvidar, Por favor, decirnos otra vez toda la oración".
El obispo se sintió humillado. "Volved a vuestras casas, mis buenos amigos", les dijo, "y cuando recéis, decid: "Nosotros somos tres, tú eres tres, ten piedad de nosotros"".
A veces he visto a mujeres ancianas rezar interminables rosarios en la iglesia. ¿Cómo va a glorificar a Dios ese incoherente palabreo? Pero siempre me he fijado en sus ojos o en sus rostros alzados al cielo, he sabido en el fondo que ellas están más cerca de Dios que muchos hombres doctos.
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